“La población, sin restricción, se incrementa en proporción geométrica. La subsistencia sólo se incrementa en proporción aritmética.” – Thomas Malthus
α
S. despertó aquel día a su hora de siempre. Después de asearse y realizar sus servicios religiosos matutinos, se vistió y dejó su cubículo en dirección a la Oficina Social del Sector Noroeste. Su bloque estaba bastante vacío: en unos días, seguramente, los nuevos inquilinos vendrían a ocupar sus departamentos habitacionales estándar, con todo lo necesario para una vida de calidad en el espacio idóneo, convenientemente estudiado por el Departamento Estatal de Construcción. Décadas atrás, la escasa racionalización de los recursos disponibles había provocado la Gran Catástrofe: el hambre y las guerras por los recursos básicos de supervivencia habían encendido la mecha; el atraso tecnológico y las plagas habían acabado el trabajo; como resultado, en un espacio de cinco años la sucesión de calamidades globales provocó miles de millones de víctimas, además de la extinción de más de la mitad de las especies de la Tierra. Sin embargo, el esfuerzo conjunto de la Humanidad consiguió activar el cambio necesario para la supervivencia de la especie en un mundo cuyos recursos, despilfarrados durante siglos, habían llegado a unos niveles límite para la supervivencia. Se hicieron cambios radicales no exentos de conflicto y se produjeron muchos sacrificios, pero, finalmente, los Líderes optaron por la solución más eficaz. Y la vida siguió su curso, desde las Especificaciones de Desarrollo para el Óptimo Funcionamiento del Sistema.
Ahora, S. tenía el privilegio, tras la catástrofe, de vivir en un entorno completamente planificado. Mientras paseaba de camino a su cita, S. se regocijó en el orden con el que el nuevo mundo había sido construido. Contempló las amplias avenidas sin pavimentar, libres de vehículos que tanto daño habían provocado al ecosistema en los siglos anteriores. Varias hileras de Complejos Habitacionales, construidos en ladrillo cocido de la propia arcilla del terreno, servían como alojamiento de los ciudadanos, distribuidos por el Sistema en cubículos individuales cercanos a sus zonas de actividad. Exactamente cada veinte metros, árboles frutales generaban sombra, alimento y biomasa para la comunidad: sus propios restos eran procesados como nutrientes para los cultivos o los propios árboles, al igual que el del resto de cultivos y animales del Sector. El agua, ese recurso tan preciado como escaso en estos tiempos, les era provisto artificialmente en la cantidad justa para su máximo rendimiento. Fuera del Complejo Noroeste, en la zona no residencial del Sector, se encontraban los Segmentos Agrarios, en los que el ganado y las tierras de cultivo, que tradicionalmente habían seguido ese mismo proceso de reciclaje de materia orgánica, habían optimizado dicho proceso al máximo. En todo el Estado sólo existían ya seres vivos útiles para el Departamento de Optimización de los Recursos Nacionales
Todos los Proveedores Naturales de Recursos, vegetales y animales, eran genéticamente idénticos, creados por clonación a través de un individuo perfecto, y desarrollados de forma inteligente durante toda su trayectoria vital, buscando la máxima eficiencia desde el punto de vista económico y ecológico. Igual que S. Igual que todo.
La diversidad en el mundo se había demostrado errónea: la diversidad traía desigualdad y la desigualdad, conflicto. Fue necesario un esfuerzo moral y científico extraordinario para diseñar el genoma del individuo que perpetuaría la especie, un ser asexuado, con un metabolismo basal bajo, de tamaño pequeño, e intelectualmente inclinado a la colaboración y la obediencia, y resistente al proceso de gestación por ectogénesis. Sólo así se evitaría el cataclismo demográfico. Tras varias décadas de desarrollo, sólo un patrón humano genéticamente idéntico – salvo por pequeñas adaptaciones en el genoma encaminadas a un mayor rendimiento en las tareas programadas para la trayectoria vital del individuo – sobrevivía. El Homo Efficax, como sus antecesores Sapiens lo habían bautizado.
Y, con una configuración biológica eficaz, se generó la necesidad de una sociedad igualmente basada en la eficacia. La vida de S. estaba marcada por los procesos: todos los días debía comenzar su Fase Productiva a la hora estipulada, marcada en su genoma como parte de su diseño individual: en su caso, las siete de la mañana. Durante esa Fase, realizaba sus tareas comunitarias – en su caso, como desarrollador de fármacos: recibió una Mención de Honor por parte del Departamento de Salud Pública por sus ideas para la mejora del Supresor del Instinto de Supervivencia, una sustancia de consumo obligatorio para los Obsolescentes – y, al finalizar su jornada, regresaba a su cubículo para el consumo de nutrientes diario – una papilla sabrosa con todo lo necesario para mantenerse productivo, incluyendo nutrientes y fármacos para la mejora del rendimiento – y, exactamente a las ocho de la tarde, su cuerpo entraba en Fase de Ahorro de Energía. Casi todo el trabajo en el Sector era llevado a cabo por los ciudadanos: la maquinaria se había mostrado costosa, ineficiente, y un enorme despilfarro de recursos, si bien era necesaria en trabajos pesados en los que las herramientas tenían una eficacia limitada.
No había necesidad de entretenimiento, menos aún de actividades físicas (más allá de los Ejercicios Obligatorios para el Mantenimiento de los Niveles Adecuados de Salud) ni intelectuales: desde el descubrimiento del Dosificador Voluntario de Dopamina, no existía la necesidad de estímulos externos para el placer: todos los ciudadanos eran libres de gestionar sus secreciones de la hormona del placer en su sistema nervioso central, dentro de los parámetros estipulados por el Departamento de Salud Pública. Al fin y al cabo, mientras los hombres del pasado necesitaban de elementos como el amor o la fascinación, el impulso sexual o los sentimientos, S. sólo tenía que pensar en su palabra clave – Eudokia, una serie de sonidos sin sentido – para experimentar todo el placer que podía contener la vida entera de un Sapiens. Así, todo lo superfluo era eliminado, y sólo lo eficiente permanecía por el Bien Común. En cualquier caso, la falta de necesidad no suponía necesariamente que un ciudadano no pudiera libremente disfrutar de las Unidades de Conocimiento Autorizadas, o que pudiera mostrar cualquier Manifestación Emocional Socialmente Aceptable, por supuesto.
β
En la oficina 117 del Departamento Social del Sector Noroeste no había nada que resultase extraño a S. Dos sillas, idénticas a las de su laboratorio, fabricadas con el mismo polímero respetuoso con el medio ambiente que la sobria mesa blanca y cuadrada que ocupaba la mitad del despacho. Detrás de ella, un funcionario del Departamento Social, V-00011256, unos diez años más joven que S. Dentro de los Parámetros de Libre Elección de Arreglo Personal Autorizados, V. llevaba una larga trenza y los labios pintados de rojo. También observó que había optado por un color verde intenso para sus ojos, el mismo color del que llevaba teñida una discreta perilla. V. descargó un expediente en su dispositivo individual e invitó a S. a sentarse.
– Ciudadano S-00013452, ¿verdad? – inquirió V., con la monotonía en su voz de quien ya sabe la respuesta a su pregunta. – Permítame felicitarlo por su cuadragésimo cumpleaños. Es para mí un honor transmitirle la simpatía del señor Iordanescu por el conjunto de su trayectoria vital. Ha demostrado ser un miembro útil para el Sistema.
– No he hecho más que cumplir con mi deber – respondió S. En su cara brillaba un atisbo de orgullo, dentro de los Parámetros Socialmente Aceptables para las Manifestaciones Emocionales: había dedicado su vida y su trabajo al Sector y a su Líder, Catalin Iordanescu, del que era ferviente seguidor, dentro de los parámetros especificados en la Reglamentación de Libertad Religiosa del Sector Noroeste. Y, al parecer, el Líder había tenido a bien iluminarlo con su Gracia el mismo día que su trayectoria vital llegaba exactamente a los cuarenta años.
– Permítame decirle, entonces, que nuestro Líder tiene un mensaje para usted, y que desearía comunicárselo personalmente. Por favor, diríjase al Despacho 001, en el Subsótano B. Lo esperan ansiosos.
S. descendió hacia los niveles subterráneos del Departamento Social, al corazón del Sistema, en el que los Líderes guiaban a los ciudadanos hacia la regeneración mundial y el Mañana Mejor. Catalin Iordanescu era la cabeza del culto a los Líderes en el Sector Noroeste: algunos, como S., habían sido autorizados a venerar a los Líderes como los dioses de los que hablaban las Unidades de Información de la Antigüedad; uno de los pocos elementos no del todo racionales y puramente individuales que su sociedad ordenada se permitía a sí misma (junto con los Parámetros de Libre Elección de Arreglo Personal Autorizados, y los Destinos Elegibles de Vacaciones). Allí, una serie de pantallas vigilaban cualquier Perturbación del Correcto Funcionamiento Social en el Sector Noroeste, así como posibles Intrusiones Inesperadas de los No Civilizados, elementos degradados de la especie humana que aún sobrevivían en zonas ocultas del Sistema, negándose a aceptar el Irrevocable Avance del Crecimiento Eficiente, que abogaba por su extinción como seres vivos obsoletos y ajenos al Sistema. Era una actitud incomprensible, ya que los fallos en el Sistema podían desencadenar una catástrofe global, lo que consistía un factor de riesgo inasumible para la supervivencia de la especie.
Sin detenerse, se dirigió con paso vivo a las grandes puertas de bronce del Despacho 001. Una vez allí, presentó sus credenciales en el terminal de entrada, y las puertas se abrieron para él. Dentro se encontraba el rector máximo del Sistema. Su Líder. Su Dios.
γ
La falta de luz fue lo primero que advirtió S. cuando las puertas de bronce se cerraron. En el interior de la sala, tan sólo había un voluminoso sillón de color rojo, y, a pocos metros de él, un arcón de madera bastante antiguo. Una pantalla rectangular al fondo de la sala iluminaba levemente la estancia y, en ella, aparecía la imagen del Líder, Catalin Iordanescu, uno de los salvadores de la Humanidad.
Iordanescu parecía bastante desmejorado. Hacía tiempo que, de no pertenecer a los Líderes, habría pasado por el proceso de Obsolescencia. Llegados los sesenta años, todo ciudadano dejaba su sitio en el Sistema para que éste pudiera renovarse. Todo era llevado de forma eficiente: el ciudadano era sacrificado por el bien del Sistema, y sus restos eran incorporados a la biomasa y al batido diario de nutrientes. Nada en el Sistema se malgastaba; nada se despilfarraba inútilmente. Sin embargo, los Líderes, preparados para guiar a los ciudadanos y encabezar los avances del Sistema, estaban fuera del proceso de Obsolescencia, y su vida era preservada a la vez que venerada. El Líder no pertenecía, en realidad, a la misma especie que S.: sus rasgos afilados, su porte fibroso y sus ojos inyectados en sangre lo identificaban inmediatamente como miembro de la especie precursora del Homo Efficax.
– Por favor, tome asiento, ciudadano S-00013452 – escuchó decir a Iordanescu desde el altavoz del terminal. S. se sentó obediente y silencioso en el sillón, que le pareció sumamente cómodo. En la sala sólo se escuchaba el rumor de la estática del terminal.
– Ciudadano S-00013452 – prosiguió el anciano líder – a lo largo de su trayectoria vital, usted ha contribuido al Sistema con varios avances que han mejorado su eficiencia, de los cuales sus mejoras sobre fármacos como el Supresor del Instinto de Supervivencia o el Depresor del Impulso Antisocial se han probado especialmente efectivos. Es por ello por lo que deseo agradecer en nombre del Estado su contribución significativa al Irrevocable Avance del Crecimiento Eficiente, y por ello le declaro oficialmente un Ciudadano Extraordinariamente Útil para el Sistema, el máximo mérito individual que un ciudadano puede obtener durante su trayectoria vital.
– No encuentro palabras para agradecer… – respondió S. antes de que el Líder lo interrumpiera con un gesto.
– Sin embargo – añadió Iordanescu – también debo comunicarle que, debido a su cuadragésimo aniversario, debemos gestionar inmediatamente su proceso de Obsolescencia, de acuerdo a los Protocolos Extraordinarios de Muestreo Generacional.
– Líder Iordanescu, si me permite – respondió un sorprendido S. – debe tratarse de un error. Mi Obsolescencia, como la de cada ciudadano del Estado, ocurrirá dentro de veinte años. Creo que sus datos no son los correctos. Jamás he oído hablar de esos Protocolos en mi Formación Obligatoria.
– S-00013452, los errores no existen. – respondió Iordanescu con voz calmada – A pesar de que se les educa con la idea de que los sesenta años marcan el proceso de Obsolescencia, la realidad es que dicho proceso se realiza veinte años antes en algunos casos. A veces, el Sistema necesita realizar comprobaciones rutinarias de eficiencia de cada generación, y son necesarias tomas de muestra de calidad, con el fin de mejorar las siguientes generaciones de ciudadanos. En su caso, usted forma parte del programa de comprobación de la generación S, por lo que su sacrificio se adelantará ligeramente. Todo esto es necesario para la Mejora de la Eficiencia. ¿Comprende mis palabras?
En el cerebro diseñado y programado de S. comenzaron a saltar señales cognitivas de alarma. Algo en toda esta verborrea incesante de Iordanescu guardaba inconsistencias lógicas. Su sistema nervioso activó mecanismos subconscientes que S. jamás había activado, el ansia primordial por mantenerse vivo, la base de la existencia de cualquier ser vivo. El miedo. La indignación. La furia. Reacciones Emocionales Socialmente Inaceptables, instintos que jamás había experimentado, y para los que no estaba preparado. Impulsos que iban creciendo en intensidad a medida que el ritmo de su corazón se aceleraba. Comenzó a musitar primero, a balbucear después, y, finalmente, a elevar la voz hasta convertirla en alaridos impropios de un Buen Ciudadano. “¡Improcedente! ¡Los líderes muestran un Comportamiento Socialmente Inaceptable! ¡Exijo una revisión inmediata del caso!”.
Al otro lado de la pantalla, Iordanescu mostraba una mueca sardónica.
– Por favor, ciudadano S-00013452, no se avergüence más con sus Actitudes Socialmente Inaceptables. Le recuerdo la máxima del Principio de Disciplina y Buen Comportamiento: “la Violencia y la Discusión Son Contraproducentes para el Desarrollo Óptimo de la Sociedad”. Ahora, si es tan amable, haga el favor de serenar sus estímulos incívicos mientras procedemos a la toma de muestras.
Mientras S. discutía desesperadamente con el terminal, de forma inadvertida para él, el arcón se abrió lenta y silenciosamente. Un ser pálido, de estatura mucho más elevada que S. se incorporó ante él. Su cuerpo ajado apestaba a la tierra mohosa, contenida en el arcón desvencijado, de la que acababa de emerger.
Las regiones más adormecidas del subconsciente del ciudadano S-00013452 inundaron de sensaciones su consciencia. Sensaciones primarias, intensamente irracionales. Segundos atrás, S. había experimentado el miedo a morir, el instinto de supervivencia. Ahora, pudo sentir en todo su ser el terror y la desesperación de quien se encuentra ante la certeza de un fin horrible.
Su instinto le empujó a intentar huir de nuevo por las puertas de bronce, que se habían cerrado herméticamente. Mientras golpeaba inútilmente el metal y chillaba pidiendo ayuda a los ciudadanos del exterior, la criatura se acercó más y más a S. y sonrió, complacido, al acercar su boca al oído de la paralizada presa.
– Eudokia – susurró, y el cerebro de S. se embriagó de felicidad mientras el depredador pálido hundía los colmillos en su cuello.
δ
– Echo de menos la excitación de los viejos tiempos. El terror, la caza… son cosas que siempre añoro cuando veo a estos seres patéticos. Las reacciones de estos semihumanos son tan blandas, tan previsibles… Algunas veces ni siquiera se aterrorizan. La sangre, como ya sabes, Catalin, sólo es la mitad de la diversión – dijo Vladimir Ardelean, Jerarca del Sector Noroeste C-0134, a su colega al otro lado del terminal.
– Es lo que hay, Vladimir, contrataste un paquete básico. – respondió Catalin con la desgana de quien ha escuchado lo mismo muchas veces – Al menos ya no tenemos que preocuparnos por las antorchas, ¿verdad? En cualquier caso, hemos reducido los niveles de pasividad en las próximas generaciones: seguramente para la generación Y podrás notar los cambios. En unos días podemos prepararte una prueba, si lo deseas.
Y así, la tarde cayó un día más sobre el Sector Noroeste, mientras los ciudadanos seguían con sus rutinas eficientes, productivas y exhaustivamente planificadas por el Bien Común y En Beneficio de Todos, mientras los parásitos disfrutaban, una noche más, de la tranquilidad absoluta de quien se sabe dueño de todo. Como debía ser. Como siempre había sido.